Fernando Maestre es Investigador Distinguido de la Universidad de Alicante, donde dirige el Laboratorio de Zonas Áridas y Cambio Global. Sus investigaciones sobre ecología de los sistemas y zonas áridas y el efecto del cambio climático sobre estos espacios le han hecho merecedor de numerosos reconocimientos, entre otros, el Premio Rey Jaime I de Protección del Medio Ambiente de la Generalitat Valenciana en 2020 y más recientemente el Premio Nacional de Investigación 2022 en el área de Ciencias y Tecnologías de los Recursos Naturales.
¿Cómo está afectando el cambio climático a las zonas áridas del planeta y cómo se prevé que lo haga en las próximas décadas?
El cambio climático está afectando a las zonas áridas de muchas maneras, hay un efecto general, debido al aumento de temperaturas, y es que están aumentando los niveles de aridez atmosférica. Esto está haciendo que haya menos cantidad de agua disponible, por una parte, porque se pierde más agua por evapotranspiración y por otra porque llueve menos. Además, cuando llueve lo hace de forma más concentrada, como estamos viendo, por ejemplo, en nuestro territorio. Las previsiones a nivel global varían entre regiones, por ejemplo, en el Sahel se prevé que va a llover más, mientras que en otras, como la cuenca mediterránea, va a llover menos. De hecho, estamos en una de las zonas cero del cambio climático. Los escenarios a futuro que tenemos en nuestra provincia no son halagüeños porque vamos a tener una disminución considerable de la cantidad de agua disponible debido precisamente a esta combinación de factores: una menor cantidad de precipitaciones y un aumento de la evapotranspiración y de las pérdidas de humedad del suelo y la vegetación asociada.
¿Qué hace más daño a la vida en las zonas áridas, el cambio climático o la inadecuada gestión de los recursos? ¿Qué estrategias deben seguirse para frenar ese deterioro?
El cambio climático y la inadecuada gestión de los recursos son dos fenómenos que tienen acciones sinérgicas. El cambio climático amplifica las consecuencias negativas de la mala gestión del territorio y hace a las zonas áridas más propensas a sufrir esta esta mala gestión. Si tengo que quedarme con uno, claramente la acción del hombre -el cambio climático también está causado por el hombre, obviamente tenemos que dejar esto bien claro-. La gestión inadecuada de recursos naturales como el agua y el suelo es el principal agente degradador de las zonas áridas.
En nuestro ámbito existen posiciones encontradas sobre la forma de afrontar las consecuencias de un clima más extremo. ¿Cuál sería el punto de encuentro entre mantener el status quo de usos del suelo y del agua y una adaptación forzada e incluso el retroceso progresivo de los usos humanos (agrícolas y de otro tipo) para permitir a la naturaleza regenerarse y alcanzar un nuevo equilibrio?
Una acción fundamental en nuestro territorio es hacer un uso más consciente y controlado de los recursos naturales, sobre todo el agua. Tenemos que limitar el regadío, es fundamental reducir la cantidad de agua que consumimos y tenemos también que conservar nuestros suelos, cuidarlos más, recuperar sus niveles de materia orgánica. Tenemos también que restaurar aquellos ecosistemas degradados y descarbonizar nuestra economía. Dicho de otra manera, todo lo que hagamos para reducir nuestra huella de carbono va a tener un efecto beneficioso en la minimización del cambio climático y de fenómenos como la desertificación, puesto que el cambio climático la amplifica.
Este pasado verano se han producido incendios especialmente virulentos y de una magnitud colosal que han puesto de relieve la limitada capacidad técnica y humana de frenarlos. ¿Hasta qué punto es posible mejorar la prevención para evitar este tipo de catástrofes y con qué criterios?
Realmente nuestra capacidad de extinción y de prevención ya es muy buena. De hecho, la inmensa mayoría de los incendios se apagan casi inmediatamente. Son aquellos que no somos capaces de apagar rápidamente los que se acaban descontrolando. Yo creo que no hay mucho margen de mejora en nuestra capacidad de detección y de reacción frente a los incendios. Lo que tenemos que ser conscientes es de que estamos entrando en estos que los especialistas, yo no lo soy, llaman incendios de quinta y sexta generación, en los que la cantidad de combustible acumulada es tal, que una vez que se pasa esta etapa inicial en la que se pueden apagar, ya queda fuera de control, no hay capacidad humana de apagar esos incendios.
La escasez de agua amenaza grandes regiones y poblaciones del mundo y se prevé que sea la causa principal de crecientes migraciones. ¿Debemos poner el foco en aumentar la disponibilidad de agua recurriendo a mejoras técnicas en reutilización y desalación o la estrategia a seguir pasa por poner freno a la demanda para dimensionarla a esa menguante disponibilidad?
Claramente tenemos que poner coto la demanda. Hasta ahora toda la gestión del agua en países como el nuestro se ha basado en aumentar continuamente la oferta, sacando agua de los acuíferos cada vez más abajo, sobreexplotando los acuíferos, aumentando la oferta de agua desalada, exprimiendo el trasvase hasta la última gota que pueda se pueda trasvasar. Y el problema es que nunca hay suficiente agua porque la mera perspectiva de que haya agua genera más demanda. La demanda que tenemos está creciendo continuamente y nunca se va a suplir. Claramente hace falta un cambio de mentalidad y de políticas en las cuales se prime el control de la demanda, porque la oferta que vamos a tener, sobre todo en el futuro, pensando en el contexto de cambio climático en el que estamos, no va a ser capaz de satisfacer a la demanda. Tenemos que ser conscientes de que nos encaminamos a escenarios en los que no habrá agua para trasvasar y a día de hoy en Alicante no hay una alternativa. Hay que trabajar una alternativa que, además, necesariamente, guste o no, va a pasar o debe de pasar por controlar la demanda. En nuestro territorio cuando hablamos de demanda estamos hablando de agua para agricultura y sobre todo para el regadío intensivo.
Y al respecto no tenemos que olvidar que un porcentaje no desdeñable de la producción se tira antes de ser comercializada. Por ejemplo, en 2020 2021, según cifras oficiales de recogidas por el Ministerio de Agricultura, en España se tiraron 82.000 toneladas de productos aptos para el consumo, precisamente como un fondo de garantía, de protección al agricultor. Se subvenciona parte de la cosecha, por parte de la Unión Europea y se tira el exceso para evitar que los precios caigan demasiado. Nos encontramos con una paradoja: superficie en regadío continuamente produciendo más comida, porque hace falta producir más y necesitamos cada vez más agua, pero luego por otra parte estamos tirando una gran cantidad de comida porque el mercado no es capaz de asumirla. Esto también es un es un ejemplo de una de las ineficiencias del modelo actual de producción de alimentos y que es una de las medidas sobre las que hay que actuar. Hay que ajustar mejor la demanda a la oferta para evitar que se tire tanta cantidad de comida, que como vemos en nuestro territorio cuesta tanto producir y que utiliza un recurso muy escaso que cada vez va a serlo más como es el agua.
Si se admite que el principal reto para la humanidad es el cambio climático, ¿se está llevando a cabo una inversión en investigación compatible con la magnitud del reto al que nos enfrentamos? ¿Qué líneas de investigación deberían priorizarse en tu opinión?
Se sabe mucho ya sobre sobre cambio climático. Siempre hay nuevos descubrimientos que hacer y es cierto que lamentablemente la cantidad de financiación para la investigación en muchos de los temas relacionados con el cambio climático es notablemente inferior, por ejemplo, a la que se dedica a otras áreas, como la biomedicina. Pero lo que me gustaría destacar es que, además de seguir investigando -que tenemos que seguir haciéndolo- ya tenemos suficiente conocimiento sobre lo que está por venir y necesitamos ponernos manos a la obra. Está claro que el cambio climático no se puede parar y tenemos que trabajar en la mitigación, porque cada décima de grado cuenta. Tenemos que intentar conseguir que la temperatura suba lo menos posible, pero tenemos que trabajar sobre todo en la adaptación. Tenemos que tomarnos muy en serio lo que está por venir y empezar a preparar nuestras sociedades, nuestras ciudades, nuestro modo de vida para unas condiciones climáticas que en las próximas décadas van a caracterizarse (en territorios como el nuestro) por un aumento de la temperatura, condiciones más áridas, menor disponibilidad de agua. Es ahí donde tenemos que poner el foco, porque si no empezamos ya, no vamos a estar preparados para sufrir las consecuencias que toda la evidencia científica nos está poniendo encima de la mesa. Respondiendo más a la pregunta, se debería de priorizar, por una parte, investigación que permita mitigar el cambio climático de la manera más eficiente posible e investigación de manera paralela sobre cómo podemos adaptar nuestro sistema productivo, nuestro sistema alimentario, nuestras ciudades, de la mejor manera posible a los escenarios climáticos que se prevé que vamos a tener en un futuro que no es tan lejano ya.
Recientemente has sido reconocido con el Premio Nacional de Investigación 2022, uno más en una trayectoria llena de galardones. ¿Es una demostración de que puede hacerse investigación al más alto nivel desde centros públicos que no están ubicados en las grandes capitales, como es el caso de la Universidad de Alicante? ¿Qué supone para tus proyectos recibir este tipo de distinciones?
No me gusta hablar de mí mismo en estos términos que siempre suenan, como poco, prepotentes, pero creo que los reconocimientos que estoy recibiendo, que al fin y al cabo son reconocimientos al tipo de investigación y a las líneas de investigación que llevamos realizando en mi grupo, es una demostración de que, no sin dificultades, porque no es nada fácil, se puede hacer ciencia de primer nivel internacional en lugares como la Universidad de Alicante. Creo que es algo muy bueno, pero a la vez tiene un coste, muchas veces muy alto, incluso a nivel personal, porque nuestras instituciones, y en este caso esta universidad, no tienen los recursos de los que disponen otros colegas y sobre todo, debido a la burocracia y al funcionamiento interno que tenemos, presenta muchas ineficiencias. Por eso hacer ciencia de primer nivel y competir de tú a tú con los mejores y las mejores no es fácil.
Al final para la investigación que hacemos, para todos nuestros proyectos, aparte de que nos llena a todos de una gran satisfacción, creo que es un reconocimiento de que vamos por el buen camino, de que estamos haciendo una investigación que es relevante desde el punto de vista científico y también que llega a la sociedad. El conocimiento que estamos generando tiene importantes implicaciones y potenciales aplicaciones para gestionar mejor nuestros recursos naturales, para comprender mejor cómo nuestros ecosistemas están respondiendo al cambio climático y por ende para apoyar e informar de las distintas acciones de mitigación y de adaptación al cambio climático que se están poniendo encima de la mesa.
Por último, publicaste en Nature un artículo sobre la promoción de la salud y la felicidad en el laboratorio que pretende romper con la tendencia, demasiado generalizado, de una investigación científica sin horarios, sometida a altísimas presiones de resultados y sin capacidad de compatibilizar carrera profesional y vida personal. ¿Qué cambios habría que introducir en el sistema para generalizar esos principios?
Los cambios que habría que introducir son muchos. Primero, obviamente, sería fundamental incrementar la cantidad de recursos que se dedican a la investigación. Una fuente fundamental de insatisfacción y de depresión es la escasez de recursos que derivan en una escasez de plazas de investigación y esto hace que la competencia sea feroz. Relacionado con esto, habría que cambiar muchos aspectos de la gobernanza de la Universidad para reducir los niveles de endogamia y que las plazas sean realmente abiertas, que haya una competición más meritocrática de la que hay hasta ahora, pues en buena medida las plazas tienen “bicho” y es muy difícil para gente de fuera de una universidad determinada el poder optar a ellas. No hay igualdad de oportunidades, por así decirlo. Estas cosas tienen que cambiar porque obviamente, no poder competir en igualdad de oportunidades genera mucha frustración, estrés, ansiedad y problemas de salud mental. Junto a estos cambios, que tienen que venir desde arriba, a nivel de legislación y presupuestos, lo que es fundamental también es un cambio en la mentalidad de muchos grupos. Hay que desterrar la idea de que el investigador exitoso, la investigadora exitosa, es quien dedica su vida única y exclusivamente a la investigación, desterrando u obviando otros aspectos fundamentales de la vida. No, creo que se puede llevar perfectamente una carrera científica plena y con reconocimiento sin sacrificar nuestra vida personal y sin sacrificar otras cosas que son muy importantes en nuestra vida. Porque al final el trabajo, siendo muy importante, es parte de nuestra vida, no nuestra vida completa. Estos cambios culturales en nuestra manera de trabajar requieren tiempo, dedicación, pero creo que es necesario tener en cuenta unos principios básicos, cosas de sentido común, como no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti o tener claro que por encima de investigadores o docentes somos personas. Al final, si nos cuidamos entre todos, vamos a estar mejor y si estamos mejor, vamos a trabajar más a gusto, más felices y si trabajamos a gusto y felices, trabajaremos mejor. Eso va a redundar en que, en nuestro caso, haremos docencia e investigación de más calidad y de mayor impacto. Soy firme defensor de que conseguir un entorno de trabajo saludable no solo es algo por lo que merece la pena luchar, porque como personas es algo a lo que tenemos que aspirar, sino que además eso nos hace ser más productivos y más creativos, lo que va a redundar en que hagamos ciencia y docencia de más calidad y de mucho más impacto.