Ricardo Magán es Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Autónoma de Madrid, con una dilatada trayectoria en la cooperación internacional y desde noviembre de 2021 asume en Greenpeace la tarea de definir e impulsar estrategias de cambio que permitan un nuevo contrato con el planeta, una nueva manera de producir, consumir y relacionarnos con la naturaleza que nos lleve a revertir la crisis climática y la pérdida de biodiversidad.
Parece que la conciencia social sobre la existencia del cambio climático y sobre su origen antrópico es cada vez más amplia. ¿En tu opinión, estamos cerca de erradicar definitivamente el negacionismo climático?
En el último y sexto informe del IPCC (abril de 2022), el grupo de expertos climáticos de la ONU, no solo nos dicen, con la evidencia científica en la mano, que el planeta se está calentando rápidamente y que es la causa del incremento de eventos climáticos extremos como huracanes, inundaciones, olas de calor y grandes incendios forestales, sino que es nuestro sistema de producción y consumo, y especialmente nuestro modelo energético, lo que está en el origen de este calentamiento. Ya está. No hay discusión. Para entender al que lo niega, debemos preguntarnos si tiene y comprende toda la información, y si es así, entonces a qué intereses sirve. En mi opinión, cada vez es más difícil ser negacionista, pero el obstáculo para avanzar en la dirección correcta, tomará otras formas, como las falsas soluciones, el conformismo o la pasividad.
¿Qué papel ha tenido el activismo ambiental en el proceso de toma de conciencia colectiva sobre este problema? ¿Desde cuándo viene Greenpeace alertando de la necesidad de actuar?
Greenpeace hizo su primera campaña hace más de 50 años, y hoy tenemos presencia en más de 50 países. Desde entonces, el foco de nuestro trabajo ha sido siempre la protesta pacífica, la denuncia de aquellos que están destruyendo el planeta y la vida, y la propuesta de soluciones basadas en la ciencia. Ha habido algunas luchas y logros icónicos que han sido un revulsivo para construir esa conciencia colectiva: la prohibición de verter residuos radiactivos al mar, la creación del Santuario Global de la Antártida, la respuesta ciudadana ante la catástrofe del Prestige, o la paralización del Algarrobico. Quiero pensar que Greenpeace ha contribuido a que la crisis climática y de pérdida de biodiversidad estén más presente en la agenda pública. Y tengo la certeza de que hemos sido y somos parte de un gran movimiento global de organizaciones activistas y personas defensoras del medioambiente, que han puesto su trabajo, su pasión, y en ocasiones su vida, para proteger la vida de otras personas y del planeta.
En tu opinión, ¿qué resulta más difícil, lograr que la ciudadanía asuma la realidad de la crisis climática o que la clase gobernante reaccione y sitúe este problema (y su solución) en la agenda política?
Una gran parte de la ciudadanía es ya consciente de la crisis climática y de biodiversidad. De hecho, en términos de seguridad, el cambio climático es la segunda preocupación para la ciudadanía europea (después de la guerra entre países) y la primera para la ciudadanía española. Así que lo difícil y el mayor reto está en conseguir que la clase gobernante esté a la altura de esas preocupaciones, y no termine siempre sucumbiendo a las presiones de un sistema que antepone permanentemente los intereses económicos y de unas élites a la vida, al bienestar de las personas y a la necesidad de respetar los límites de nuestro planeta. El sistema no funciona y la agenda política, su falta de ambición y de foco, son parte del mismo.
¿Estamos a tiempo de lograr estabilizar la subida de la temperatura del planeta en el umbral de 1,5º? ¿Qué deberíamos priorizar para lograrlo?
Sí, estamos a tiempo. Eso es lo que nos dice la ciencia. Pero para que no superemos ese umbral del grado y medio que se acordó en París, debemos apostar por un cambio radical del sistema, con medidas urgentes y de calado. El mismo grupo de expertos, en su sexto y último informe de abril de este año2, apuntaba ya soluciones que tenemos a nuestro alcance, no solo de bajo coste, sino muchas de ellas generadoras de beneficios, con las que reducir a la mitad las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero para el 2030. ¿Qué deberíamos priorizar? Por un lado, debemos apostar en serio por la energías renovables y dejar de financiar los combustibles fósiles -petróleo, gas y carbón. Deberíamos estimular el autoconsumo y democratizar la energía, que ahora está en manos de un puñado de empresas. Y debemos también proteger y restaurar nuestros ecosistemas naturales, para que sigan luchando por el equilibrio del clima y el futuro del planeta. El informe científico propone también cambios necesarios en nuestro sistema agroalimentario para hacerlo sostenible y no dañino. Y al mismo tiempo, no debemos perder la mirada global: el clima no conoce fronteras y es necesario que los países más ricos y que más contaminan, entre ellos España, financien la adaptación y paguen los daños en los países que menos emiten y que, a la vez, más sufren los impactos del cambio climático.
Muchas empresas están analizando el riesgo climático y poniendo en marcha planes de avanzan en la descarbonización, pero también en la adaptación y resiliencia frente a lo inevitable. Por su parte, los gobiernos publican leyes y normas que van en la misma dirección. ¿Son suficientemente ambiciosos para lograr revertir la situación antes de que sea demasiado tarde?
No, no lo son. Por el lado de las empresas, ha habido avances, y muchas están incorporando en sus discursos la necesidad de ser verdes y sostenibles con el planeta. Pero sus propuestas para conseguirlo son lentas, claramente insuficientes y en ocasiones falsas. A ese ritmo no llegaremos. Las empresas pueden y deben ser actores de cambio, fundamentales para transitar hacia modelos económicos y empresariales que se ajusten a los límites planetarios y al bienestar de las personas. Greenpeace lo demanda y lo ha demandado durante años, exigiendo su cambio de comportamiento y denunciando sus prácticas de greenwashing. Y algo similar ocurre en el lado de los gobiernos: su ambición no es tampoco la necesaria. En los días previos a la COP27 de Egipto, el departamento de cambio climático de la ONU denunció que los actuales planes de los 200 países firmantes para alcanzar el Acuerdo de París, no solo son insuficientes, sino que harán aumentar en 2,5 grados la temperatura media del planeta para finales de siglo. Greenpeace denunció al Gobierno español por su falta de ambición en su plan nacional, confiando en que la justicia, como han hecho otros tribunales europeos, exija al ejecutivo cumplir con sus compromisos.
A día de hoy, da la sensación de que no estamos consiguiendo cambios significativos – el CO2 de la atmósfera no para de subir y la temperatura del planeta sigue en ascenso- ¿consideras que las tecnologías emergentes, sobre todo en el campo de la energía, pero también en otros sectores generadores de gases de efecto invernadero, serán capaces de acelerar la transición hacia una sociedad responsable con el clima?
Los avances tecnológicos han dado excelentes frutos en los últimos años, entre ellos el avance, aunque lento, de la implantación del vehículo eléctrico, la mayor eficiencia de energías renovables, como la eólica y la solar, la mejora en las baterías o las mayores facilidades en implementar y controlar el autoconsumo. Seguro que la tecnología seguirá avanzando y acelerará la transición, pero sería temerario hacer que todo dependa de ello. Lo que marcará la diferencia será en qué medida los gobiernos impulsan esa transición y en qué medida las empresas se verán obligadas por las leyes y por la demanda de la ciudadanía a cambiar sus prácticas.