Esta entrada recoge una visión personal acerca de los desafíos que se presentan para la responsabilidad social desde la experiencia propia. Son opiniones particulares e ideas extraídas de la revisión de investigaciones recientes, a raíz de este periodo convulso que vivimos, más propio de la ciencia ficción que de la realidad.
Estamos atravesando una época muy dolorosa, marcada por el miedo y las pérdidas humanas. Hasta el momento la COVID -19 ha supuesto la muerte de cerca de 4,2 millones de muertes en apenas año y medio, y más de 196 millones de personas han sido diagnosticadas de esta enfermedad. Todas esas vidas truncadas y golpeadas, más las de sus familiares y personas cercanas, marcan este tiempo pasado y el que está por venir.
Las graves consecuencias de la pandemia han reorientado los problemas y las necesidades de las personas, y han intensificado sus consecuencias. Se ha detectado un aumento exponencial de los riesgos psicosociales derivados de la presión sufrida en tantos trabajos, sobre todo en los asistenciales y en los presenciales. En otros casos debido a la sobrecarga laboral, a la sobrecarga de responsabilidad, o por la incertidumbre respecto del futuro del trabajo en sí. Se han sumado tensiones personales provocadas por los problemas de salud, por la convivencia en el domicilio con una difícil separación de espacios y tiempos privados, personales y profesionales, compatibilizando trabajos en espacios no preparados y el cuidado de dependientes; con menores aprendiendo a formarse desde casa y descubriendo otras formas de relacionarse. No es de extrañar que esta sobrecarga emocional haya provocado multitud de crisis personales de toda índole.
La mayoría hemos hecho un ejercicio de introspección revisando nuestros principios, reordenando valores, anteponiendo lo que nos resulta imprescindible y recolocando lo que verdaderamente nos aporta valor, frente a cuestiones que se tornaron secundarias o superfluas.
Por lo general nos han cambiado muchos hábitos y prioridades. El ser humano recupera centralidad. Somos más conscientes de la importancia de todos los trabajos, y del papel de cada persona, independientemente de sus ocupaciones o responsabilidades. Reconocemos la suerte de tener salud, la trascendencia del trabajo, la necesidad de una vivienda digna, el aprecio de la naturaleza, los beneficios del deporte y la responsabilidad de llevar una vida saludable. Recuperamos la convivencia en familia y el paseo sin destino. Cambiamos nuestras prácticas de compra y de consumo, el modo y los productos. Hemos paliado la distancia física con la interconexión telemática. Las telecomunicaciones han sido fundamentales y se ha producido una aceleración de la digitalización, de tal modo que la alfabetización digital de colectivos alejados de estos medios se vuelve una necesidad.
Se han producido cambios sin retorno en los modelos y procesos de trabajo. Algunos trabajos y relaciones profesionales con socios y clientes se han podido mantener a distancia. Algunas empresas han transformado no sólo su modelo comercial, sino que han cambiado y/o sumado nuevos productos y servicios para adaptarse a las necesidades surgidas a raíz de la COVID -19. Por lo general han operado estos cambios para bien. Unas pocas han tratado de aprovechar la situación de forma abusiva, generando una desconfianza que se traducirá en mayor presión regulatoria. A medida que aumenta la regulación legislativa disminuye el margen de maniobra y la libertad de acción de las organizaciones. Las acciones de RSE deberán adaptarse en consecuencia, con miras en el medio y largo plazo.
Al mismo tiempo las nuevas generaciones precipitan un cambio en la orientación de las empresas. El colectivo millenial, principal fuerza trabajadora y también inversora de los próximos años, condicionará la reorientación de las organizaciones, de acuerdo con su ordenación de principios y valores, sus sensibilidades, sus preocupaciones y sus prioridades, distintas de la generación baby boomer, que ha marcado la cultura corporativa en las empresas de las últimas décadas.
Por otra parte, hemos comprobado nuestra poca autonomía y la interdependencia de cadenas de suministro globales. Y no somos iguales; tampoco en nuestro mundo occidental y desarrollado. La pandemia no afecta por igual: quienes menos tienen, las personas sin vivienda o con vivienda precaria, sin trabajo o con trabajo precario, sin salud o con salud precaria, aquellas con menos recursos y más vulnerables, más han sufrido. Pero sí ha quedado patente que nos necesitamos para sobrevivir como personas, como empresas, como países, como continentes…
Presentimos que va a persistir la probabilidad de que se repita un peligro de similares características y consecuencias globales, y que el subsiguiente riesgo para la economía es inevitable. Tendremos que acostumbrarnos a convivir con nuestra fragilidad, con la inquietud de no tener certezas, con la mente abierta a los cambios, con la mejor disposición a adaptarnos a estos, pese a que se produzcan con rapidez y no entendamos su causa, o no alcancemos a averiguar su origen. Como organizaciones, podremos tomar decisiones futuras mejor conformadas y paliar en parte posibles efectos adversos con un enfoque más preventivo, con mayor “vigilancia” y realizando un análisis riguroso de los riesgos sociales, laborales y de gobernanza con una visión de más largo alcance.
En este escenario en el que aflora la sensibilidad y el reenfoque hacia las personas, las empresas también tienen la ocasión de reexaminarse, a la luz de lo que sucede alrededor, para comprobar la correspondencia de los valores de la sociedad con los propios de las organizaciones, y la coherencia de sus principios con sus comportamientos. Tras la pandemia es probable que haya que revisar las colaboraciones con el entorno humano más próximo a las organizaciones, reequilibrar la atención a los distintos grupos de interés en función del impacto en ellos y actuar en consecuencia, de acuerdo con las preocupaciones y necesidades identificadas en el momento actual. Estos cambios suponen, desde el punto de vista de la responsabilidad social, una mayor oportunidad de implicarse y contribuir positivamente en nuestro entorno. Así las cosas, las empresas pueden actuar y mostrar su compromiso con proteger la salud y asegurar la estabilidad económica de su personal, de sus clientes y proveedores.
En este contexto de recesión económica que prolongará y agudizará los perjudiciales efectos de la pandemia, tenemos que insistir en compatibilizar la austeridad con una gestión responsable de costes que no merme las condiciones laborales del personal, ni la calidad de los servicios prestados. Como organizaciones responsables podemos ayudar a sobrellevar la situación, desde las acciones propias de la RSC, de carácter voluntario, que surgen del diálogo, el conocimiento y la escucha a nuestras partes interesadas en nuestra área de influencia y en respuesta a las mismas.
En el ámbito laboral, asumimos las modificaciones en materia de igualdad, en la limitación de tiempo máximo de trabajo, en la flexibilidad en el lugar y el tiempo de trabajo. Como empleadores tenemos que apostar por anteponer a las personas y a la comunidad, contrarrestando la sensación de inseguridad, proporcionando mayor estabilidad en la contratación, en condiciones adecuadas para trabajar con la menor tensión, pagando salarios razonables para mantener la capacidad adquisitiva, teniendo en cuenta las necesidades de conciliación del trabajo con la vida no laboral, amoldándonos a los cambios, facilitando los medios adecuados, previendo situaciones futuras parecidas, protegiendo la salud de nuestro equipo, promoviendo hábitos saludables en su alimentación, el ejercicio, el ocio constructivo, y un ambiente de trabajo humanizado.
Siguiendo con las condiciones de trabajo la prevención de riesgos laborales y la seguridad cobran mayor protagonismo, con nuevas regulaciones que anticipan escenarios similares a los vividos. En algunos sectores aumentará el gasto para reconfigurar espacios de trabajo, revisar el diseño de los puestos o mejorar los equipos de protección que refuercen el cuidado de las personas. Por otra parte, se podrá incentivar la formación del personal con mayor frecuencia y flexibilidad, al haber más opciones de formación digital y a distancia. Iremos viendo cómo se definen las nuevas formas de trabajar o a la adaptación de los modelos actuales, a la vista de la experiencia del trabajo en remoto, basado en la autonomía, en la responsabilidad personal y en la confianza mutua. Se confía en reducir tiempos de traslados y esperas, al poder trabajar o acceder a parte de los servicios de manera virtual, reducir los viajes de trabajo, o sustituir reuniones presenciales por reuniones telemáticas.
Desde la perspectiva ambiental, los riesgos relacionados con el medio ambiente siguen ocupando las primeras posiciones a nivel mundial. La ciudadanía es más consciente de la gravedad de la situación y de los efectos de nuestra forma de vida en el cambio climático, ante el que no podemos bajar la guardia. En ese sentido exigirá de las empresas un comportamiento en esa línea más preventivo para minimizar el impacto negativo en el planeta. Las variaciones en los costes, la diversidad de usos y tipos de energía que consumimos condicionarán también las políticas energéticas de las empresas, al igual que en los hogares.
Superadas las respuestas coyunturales a esta situación de emergencia, habrá más cambios estructurales de la mano de la regulación. Los avances en materia de gobernanza ya estaban en proceso, al igual que una creciente adopción de sistemas de compliance. El actual marco regulatorio europeo aumenta las obligaciones de reporte y el control sobre el gobierno corporativo para limitar los riesgos empresariales y asegurar procesos rigurosos, profesionales, imparciales, efectivos y responsables para la toma de decisiones. Ante la desconfianza cobran fuerza la transparencia, las auditorías y el aseguramiento de la información, para garantizar la fiabilidad de su contenido. Habrá que calibrar bien la dedicación para que haya proporcionalidad entre el tiempo dedicado a la obtención de la información, la relevancia de los indicadores y el reporte de los datos acerca de las personas, el gobierno corporativo, el medio ambiente y el desempeño económico, para que efectivamente resulten de utilidad tanto para los propios órganos de decisión, como para las partes interesadas
Desde una perspectiva más amplia la sociedad demanda de todas las organizaciones el apoyo a las personas más perjudicadas o con menos medios para superar obstáculos: las personas con dificultades de integración, aquellas en situación de riesgo por escasos ingresos o trabajos precarios y los colectivos excluidos a los que estas desgracias terminan por “rematar”. La regulación más reciente en materia de igualdad puede que ayude a moderar los efectos adversos de esta crisis en la mujer – al menos en Occidente – y evitar que se vea doblemente desfavorecida, considerando el perfil de trabajos menos remunerados que desarrolla en muchos casos y la tradicional responsabilidad familiar que acostumbra a asumir.
Las organizaciones también tienen la oportunidad de implicarse en reducir la brecha digital ayudando a proporcionar el acceso y manejo de las nuevas tecnologías a segmentos de la población menos favorecidos, para evitar su descuelgue en el desarrollo de posibles trabajos, en el acceso a formación o para relacionarse con la Administración.
Ahora no importa quién tiene responsabilidad o a quién compete resolver los problemas provocados por la pandemia. Más que nunca necesitamos fomentar las alianzas para remontar los efectos de esta crisis inesperada, abrupta y generalizada que tardarán en pasar. Como siempre, lograrlo o no dependerá de la sensibilidad de las personas y de cómo actuemos en nuestros múltiples roles en la sociedad. Estamos en manos tanto de los equipos directivos, de quienes ostentan la propiedad y toman decisiones en las empresas, como de quienes tienen que ejecutarlas. Y tales decisiones vienen condicionadas por las decisiones de sus clientes, por lo que de un modo u otro la orientación del comportamiento empresarial está en nuestras manos como trabajadores/as, consumidores/as, inversores/as y propietario/as, usuarios, y como agentes de la integridad de las organizaciones de las que formamos parte.
La RSC no es algo etéreo. La RSC es reflexión, acción y repercusión. Cuando las acciones parten de una voluntad auténtica, de un interés genuino, la RSC resulta creíble y la organización confiable para las partes interesadas. Tiene sentido esperar que una empresa cuya estrategia se enfoca desde la sostenibilidad y actúa con transparencia cuente con mayores oportunidades de viabilidad futura, en términos de apoyo del entorno, de capacidad de adaptación a los cambios, de captación de inversión o de financiación.
Ojalá la conciencia perdure y esta situación nos haga más humildes, nos lleve a convivir con un espíritu más solidario y comunitario, y nos sirva para trabajar con un buen propósito. Dicho todo lo anterior con mucho respeto por tantas realidades que se me escapan, con la intención de avanzar en la contribución a una sociedad más justa en la que nadie se quede atrás.
Directora de RSC y Capital Humano en Fundación Valenciaport.
Delegada de Dirse en la Comunidad Valenciana